Soy un extraño
(Relato)
Soy un ser
extraño. No sé qué hago aquí ni por qué llegué a este sitio. Mi memoria es
bastante corta, pues se remonta solo hasta la noche pasada. De ahí para atrás
no recuerdo nada. Por mucho que lo intento no alcanzo a llegar más allá. Nada
veo. Esta desmemoria mía es un muro insalvable. Todo se me nubla en la mente, es como si
anduviera flotando sobre el vapor de una niebla blanquecina y espesa, que se desliza lentamente hacia el
vacío como un caudal de guata, como una enorme babosa resbalando entre las
laderas de las montañas. Sé que me echaron de un bar, que me dieron varias
patadas y unos cuantos puñetazos y que después perdí el sentido. No recuerdo
nada más. Decían los agresores: que si no tenía dinero para pagar, ¿por qué
había pedido tanto vino y tantas tapas? Que aquello era una desvergüenza. Viéndolo
así, ahora yo también lo creo. De lo demás nada sé. Medio aturdido me arrastré
hasta este banco; y aquí estoy, todavía
indeciso, aún sin saber bien qué hacer. Me sangra un poco la frente, pero nada
importante, es una pequeña brecha, me habré lastimado recientemente, porque las
demás heridas ya tienen la sangre seca. Paso el dedo índice cubierto de sangre
por mis labios, lo chupo y no me
desagrada. No sé quién soy, ni por qué mis pasos me trajeron hasta aquí. La
Luna me estuvo dando en la cara durante toda la noche y su reflejo me dejó
medio atolondrado. Por eso será que me encuentro raro, y que tengo en el cuerpo
estas dos sensaciones contrapuestas: por un lado, siento un decaimiento físico,
que me deja totalmente desinflado, vacío, incapaz para mover un solo dedo y,
por el otro lado, noto el escalofrío, la euforia mental del que va a volar
sobre un trapecio, semejante a la de un ave zancuda a punto de levantar el
vuelo. El sabor de mi propia sangre, ya lo noté anoche, después de golpearme,
me agrada mucho en el paladar. Me agrada profundamente, y ese regusto por la
sangre, se va extendiendo, noto que me va ganando terreno, que va ocupando cada
vez más espacio en mi cerebro. Es curioso, que no recuerde ya, ni mi nombre ni
quién soy y, a la vez, me lleguen a la mente, como flases, pasajes de películas
o de alguna novela que sin duda habré leído. Es, pues, como si con ellos, de
alguna manera se me abrieran los ojos al horror, a lo dramático de mi actual
situación. La falta de memoria, cierra la puerta a mi pasado, pero me abre
ventanas desconocidas hacia lo irreal, hacia lo onírico. “En la naturaleza
humana está presente la sordidez. – Se reprochaba a sí mismo, lleno de culpa,
el capitán Ahab, mientras yo lo veía allí ,medio deshilachado, en medio de la
noche, a solas con los fantasmas que le hostigaban.” Puedo ver, claramente, su
enjuta figura deslizarse sobre el puente, entre el polvo amarillento de la
niebla. Es una sombra realmente grotesca, medio encorvada, como la un gato encima
de la cubierta del Pequod. El hueso que ya desde hace tiempo sustituyó a su
pierna, resuena ahora en todo el barco, tétrico y profundo, como los golpes de
una azada mientras cavan una tumba. El maldito doblón de oro aún sigue allí
clavado en el mástil, y brilla con cada relámpago, deslumbrando como una
sentencia de muerte para todos y también como una tentación deliberada que
empuja a la codicia. No sé quien ese viejo lunático, ni de dónde saca el valor
alguien tan triste y famélico como él, para tener tan acobardada, a toda una
tripulación de hombres duros, cazadores de ballenas, abusando de su inocencia,
de su arcaica credulidad y, poniendo todos sus anhelos: su alma, su pellejo, y
hasta el propio barco, desde la quilla hasta el último mastelero, bajo el
influjo y la sombra del mismo diablo. Me
paso la mano por la frente y chupo, antes de que caigan al suelo, las hebras de
sangre aún caliente que se me escurren entre los dedos. Noto el poder irresistible,
y la fuerza adictiva que la sangre ejerce sobre mí. Siento que el hambre de
sangre me impide pensar en otras cosas. Chuparía litros y litros de sangre. La
sed me está matando. No quiero agua, quiero sangre. Siento en mis venas el
poder terrible de esta adicción. No sé quien soy ni que hago en esta parte
maldita de la ciudad. Aquí la vida es totalmente insalubre, corrosiva, de vez
en cuando pasa algún perro solitario caminando con tristeza. Aquí no hay más
que pordioseros. Ya me han intentado robar dos veces y como no han encontrado
dinero se han llevado mi chaqueta. Después de éstos pasaron otros y como no
encontraron nada que llevarse, me golpearon en la espalda con un trozo de
manguera que llevaban. De los golpes que me dieron me dejaron la espalda toda
llena de cardenales y de sangre negra, molida y encapsulada. Estaban todos
borrachos y se marcharon entre risas y gritando obscenidades y amenazas. Un
poco más adelante oí que se peleaban entre ellos. Uno de ellos cayó derribado
por la bebida y la violencia. Allí quedó detrás dando clamores, quizá lo
hirieron de muerte – pensé – por los gritos ahogados y los estertores que daba.
Los demás huyeron en tropel chocando con todo lo que encontraban a su paso. “De
buena me libré – pensé yo – me podían haber matado”. Un momento después la Luna
Llena asomó su cara por encima de los laureles del parque. Ante aquel
deslumbramiento cerré por un momento los ojos, y fue en ese instante, cuando me
vino a la cabeza una idea espantosa, pero irresistible para mí. “Está muerto,
está muerto,… seguro que está muerto. Esos bestias lo han matado. Lo han matado,
lo mismo que le hubieran retorcido el cuello a un conejo o a todas las gallinas
de un corral. Estas reuniones siempre acaban mal. Alguien acaba siempre pagando
el pato, el mal rollo como dicen algunos. No sé quién diablos era Ahab, ni por
qué recuerdo a Ahab; ni sé tampoco, por qué a su barco lo llamaban el Pequod. Ni a quién
diablos perseguían por esos mares con tanta saña. Por mi parte, puedo ser un
ser extraño, solitario, y hasta marginal, si ustedes quieren, pero no soy ningún licántropo. Bueno, pienso que
no; al menos yo no lo recuerdo, no tengo constancia alguna de ello. Por eso
ahora digo que no. La Luna está llena y, como ven, no me he convertido en lobo,
no me salen pelos de las orejas, ni por el resto del cuerpo y, por no tener, no
tengo ni pelos en las canillas. Tampoco puedo negar el tremendo efecto
hipnótico que ejerce la Luna sobre mí. Pero ahora, por mucho que lo intento, no
recuerdo nada. Lo que tengo es sed, mucha sed, una sed abrasadora que me quema
en las entrañas. No recuerdo nada. No sé quién soy. No lo sé. Y, si no lo sé,
es porque mi cabeza se quedó hueca, totalmente vacía de recuerdos. Soy un ser
extraño, eso sí que lo sé. Solo una cosa puedo afirmar con toda certeza: que me
gusta el sabor de la sangre humana y a eso me aferro. Ese, por el momento, es
mi único recuerdo, y está bien fresco, como grabado a fuego en mi cerebro. Por
eso ya no puedo permanecer por más tiempo en este banco. Ya no puedo seguir
hablándoles a ustedes, que me escuchan, que están en lo más profundo de mi
cabeza, que están tan presentes, tan dentro de mí. No puedo hacerlo y ni
siquiera creo que merezca la pena. Y, aunque valiese, yo ya no puedo estar por
más tiempo aquí, inane, mientras Ahab con buena parte de su tripulación acaba
de trasponer el fondo de esa calle, dejando caído en la orilla a un marinero de
los suyos, desangrándose, con el cuerpo atravesado de lado a lado por un objeto
desconocido, sorprendente, algo que recuerda la forma de un arpón. Y yo tengo
sed, mucha sed. Reconozco que soy un tipo extraño, muy extraño, sin recuerdos,
y con un espantosa sed de sangre”.
El hombre se
levantó del banco algo aturdido y encandilado por la Luna dio varios pasos
hacia adelante, decidido, como dispuesto a cumplir algún propósito, después se
le doblaron las piernas y se desplomó,
cayó de bocas para siempre, y allí quedó con los dedos crispados sobre el
asfalto.
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