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19/9/13

SOY UN EXTRAÑO (Relato)


 


Soy un extraño 
 
                           (Relato)                                   

Soy un ser extraño. No sé qué hago aquí ni por qué llegué a este sitio. Mi memoria es bastante corta, pues se remonta solo hasta la noche pasada. De ahí para atrás no recuerdo nada. Por mucho que lo intento no alcanzo a llegar más allá. Nada veo. Esta desmemoria mía es un muro insalvable.  Todo se me nubla en la mente, es como si anduviera flotando sobre el vapor de una niebla blanquecina y  espesa, que se desliza lentamente hacia el vacío como un caudal de guata, como una enorme babosa resbalando entre las laderas de las montañas. Sé que me echaron de un bar, que me dieron varias patadas y unos cuantos puñetazos y que después perdí el sentido. No recuerdo nada más. Decían los agresores: que si no tenía dinero para pagar, ¿por qué había pedido tanto vino y tantas tapas? Que aquello era una desvergüenza. Viéndolo así, ahora yo también lo creo. De lo demás nada sé. Medio aturdido me arrastré hasta este banco; y aquí estoy,  todavía indeciso, aún sin saber bien qué hacer. Me sangra un poco la frente, pero nada importante, es una pequeña brecha, me habré lastimado recientemente, porque las demás heridas ya tienen la sangre seca. Paso el dedo índice cubierto de sangre por mis  labios, lo chupo y no me desagrada. No sé quién soy, ni por qué mis pasos me trajeron hasta aquí. La Luna me estuvo dando en la cara durante toda la noche y su reflejo me dejó medio atolondrado. Por eso será que me encuentro raro, y que tengo en el cuerpo estas dos sensaciones contrapuestas: por un lado, siento un decaimiento físico, que me deja totalmente desinflado, vacío, incapaz para mover un solo dedo y, por el otro lado, noto el escalofrío, la euforia mental del que va a volar sobre un trapecio, semejante a la de un ave zancuda a punto de levantar el vuelo. El sabor de mi propia sangre, ya lo noté anoche, después de golpearme, me agrada mucho en el paladar. Me agrada profundamente, y ese regusto por la sangre, se va extendiendo, noto que me va ganando terreno, que va ocupando cada vez más espacio en mi cerebro. Es curioso, que no recuerde ya, ni mi nombre ni quién soy y, a la vez, me lleguen a la mente, como flases, pasajes de películas o de alguna novela que sin duda habré leído. Es, pues, como si con ellos, de alguna manera se me abrieran los ojos al horror, a lo dramático de mi actual situación. La falta de memoria, cierra la puerta a mi pasado, pero me abre ventanas desconocidas hacia lo irreal, hacia lo onírico. “En la naturaleza humana está presente la sordidez. – Se reprochaba a sí mismo, lleno de culpa, el capitán Ahab, mientras yo lo veía allí ,medio deshilachado, en medio de la noche, a solas con los fantasmas que le hostigaban.” Puedo ver, claramente, su enjuta figura deslizarse sobre el puente, entre el polvo amarillento de la niebla. Es una sombra realmente grotesca, medio encorvada, como la un gato encima de la cubierta del Pequod. El hueso que ya desde hace tiempo sustituyó a su pierna, resuena ahora en todo el barco, tétrico y profundo, como los golpes de una azada mientras cavan una tumba. El maldito doblón de oro aún sigue allí clavado en el mástil, y brilla con cada relámpago, deslumbrando como una sentencia de muerte para todos y también como una tentación deliberada que empuja a la codicia. No sé quien ese viejo lunático, ni de dónde saca el valor alguien tan triste y famélico como él, para tener tan acobardada, a toda una tripulación de hombres duros, cazadores de ballenas, abusando de su inocencia, de su arcaica credulidad y, poniendo todos sus anhelos: su alma, su pellejo, y hasta el propio barco, desde la quilla hasta el último mastelero, bajo el influjo y la sombra del mismo diablo.  Me paso la mano por la frente y chupo, antes de que caigan al suelo, las hebras de sangre aún caliente que se me escurren entre los dedos. Noto el poder irresistible, y la fuerza adictiva que la sangre ejerce sobre mí. Siento que el hambre de sangre me impide pensar en otras cosas. Chuparía litros y litros de sangre. La sed me está matando. No quiero agua, quiero sangre. Siento en mis venas el poder terrible de esta adicción. No sé quien soy ni que hago en esta parte maldita de la ciudad. Aquí la vida es totalmente insalubre, corrosiva, de vez en cuando pasa algún perro solitario caminando con tristeza. Aquí no hay más que pordioseros. Ya me han intentado robar dos veces y como no han encontrado dinero se han llevado mi chaqueta. Después de éstos pasaron otros y como no encontraron nada que llevarse, me golpearon en la espalda con un trozo de manguera que llevaban. De los golpes que me dieron me dejaron la espalda toda llena de cardenales y de sangre negra, molida y encapsulada. Estaban todos borrachos y se marcharon entre risas y gritando obscenidades y amenazas. Un poco más adelante oí que se peleaban entre ellos. Uno de ellos cayó derribado por la bebida y la violencia. Allí quedó detrás dando clamores, quizá lo hirieron de muerte – pensé – por los gritos ahogados y los estertores que daba. Los demás huyeron en tropel chocando con todo lo que encontraban a su paso. “De buena me libré – pensé yo – me podían haber matado”. Un momento después la Luna Llena asomó su cara por encima de los laureles del parque. Ante aquel deslumbramiento cerré por un momento los ojos, y fue en ese instante, cuando me vino a la cabeza una idea espantosa, pero irresistible para mí. “Está muerto, está muerto,… seguro que está muerto. Esos bestias lo han matado. Lo han matado, lo mismo que le hubieran retorcido el cuello a un conejo o a todas las gallinas de un corral. Estas reuniones siempre acaban mal. Alguien acaba siempre pagando el pato, el mal rollo como dicen algunos. No sé quién diablos era Ahab, ni por qué recuerdo a Ahab; ni sé tampoco, por qué a su  barco lo llamaban el Pequod. Ni a quién diablos perseguían por esos mares con tanta saña. Por mi parte, puedo ser un ser extraño, solitario, y hasta marginal, si ustedes quieren, pero  no soy ningún licántropo. Bueno, pienso que no; al menos yo no lo recuerdo, no tengo constancia alguna de ello. Por eso ahora digo que no. La Luna está llena y, como ven, no me he convertido en lobo, no me salen pelos de las orejas, ni por el resto del cuerpo y, por no tener, no tengo ni pelos en las canillas. Tampoco puedo negar el tremendo efecto hipnótico que ejerce la Luna sobre mí. Pero ahora, por mucho que lo intento, no recuerdo nada. Lo que tengo es sed, mucha sed, una sed abrasadora que me quema en las entrañas. No recuerdo nada. No sé quién soy. No lo sé. Y, si no lo sé, es porque mi cabeza se quedó hueca, totalmente vacía de recuerdos. Soy un ser extraño, eso sí que lo sé. Solo una cosa puedo afirmar con toda certeza: que me gusta el sabor de la sangre humana y a eso me aferro. Ese, por el momento, es mi único recuerdo, y está bien fresco, como grabado a fuego en mi cerebro. Por eso ya no puedo permanecer por más tiempo en este banco. Ya no puedo seguir hablándoles a ustedes, que me escuchan, que están en lo más profundo de mi cabeza, que están tan presentes, tan dentro de mí. No puedo hacerlo y ni siquiera creo que merezca la pena. Y, aunque valiese, yo ya no puedo estar por más tiempo aquí, inane, mientras Ahab con buena parte de su tripulación acaba de trasponer el fondo de esa calle, dejando caído en la orilla a un marinero de los suyos, desangrándose, con el cuerpo atravesado de lado a lado por un objeto desconocido, sorprendente, algo que recuerda la forma de un arpón. Y yo tengo sed, mucha sed. Reconozco que soy un tipo extraño, muy extraño, sin recuerdos, y con un espantosa sed de sangre”.

El hombre se levantó del banco algo aturdido y encandilado por la Luna dio varios pasos hacia adelante, decidido, como dispuesto a cumplir algún propósito, después se le doblaron las piernas y  se desplomó, cayó de bocas para siempre, y allí quedó con los dedos crispados sobre el asfalto. 

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