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12/7/08

NAVEGANDO HACIA TROYA (poema)

Hace poquisimo tiempo tiempo que he leído La Iliada de Homero y, he de decirles, que me parece un libro magnífico, lo tomé prestado de la bliblioteca municipal y, les confieso, que en principio me acerqué a él un poco por curiosidad, pero jamás pensé que este libro me engancharía a sus páginas de una manera tan férrea y tan apasionada como lo hizo. Las descripciones de La iliada son tan potentes y grandiosas que yo, me arriesgo a decir, que: "cuando Homero puso sobre el papel los poemas de los aedos, no solamente estaba inventando la literatura, sino que, en ese mismo momento, se puede decir, que las imágenes que nos hacía llegar eran de cine en pantalla panorámica". Ahora pienso comprármelo para tenerlo en casa y releerlo tantas veces como me apetezca o pasar los dedos de mis manos por su lomo como a mi perro y saludarlo a menudo, como al más fiel y querido de mis amigos. Del impacto y de la emoción que ha dejado en mi la lectura de este poema ancestral y épico de Homero, ha surgido un poema del que aquí les oferezco la primera parte, leelo.

NAVEGANDO HACIA TROYA

El sol de la tarde
se desploma
moribundo
hacia el abismo
como, si de pronto,
una mariposa
sucumbiera,
al romper sus alas
el viento dominante,
y esta se doblega,
y ,…tras la línea
difusa del ocaso,
la endeble mariposa,
cae inerte por la grieta
hacia la ciega oscuridad,
hacia la noche aciaga,
que se abre
hacia el poniente
misterioso,
como las páginas
cerradas y dolientes
de un libro oscuro,
de un compendio
solemne y tenebroso.

La historia clásica
me golpea la cabeza,
en el lado izquierdo,
fuertemente, ahora,
y me devuelve
una vez más
hacia el ínclito recuerdo.

Allí, hacia donde
el río Escamandro,
se arrastra brillando
en la noche,
como un reptil
gigantesco y torpe.
Percibo aquella criatura
pelágica,
endiabladamente insomne,
sinuosa,
torciendo apenas,
sus gruesos meandros,
ocultándose,
acaso huyendo
de la guerra mortífera,
y la parca maldita
que asola matando
las filas guerreras,
y como sus dedos
líquidos y blandos
se escabullen,
hundiéndose
una vez más,
en lo más profundo,
bajo la dura faz,
lejos, muy lejos
del mundo,
del sitio habitado
por feroces
o incautas criaturas
y de los hombres
que mueren
a veces
haciendo la guerra,
y se van con la parca
en la flor de la vida,
y quedan sus cuerpos
inertes
en medio del campo,
sin vida,
en vano, aún,
blandiendo sus armas…
Por eso el gran río,
el coloso inmutable,
bajo la impar,
doliente y amable
franja de tierra,
silente y brillante
serpea y se esconde.

Mientras, mi nave
cóncava y oscura
de innumeros bancos
vacíos,
navega, brevemente,
silenciosa y solitaria
sin piloto, hacia el olvido,
sobre la mar azul celeste
y cárdena.

Los remos baten el agua
sin manos que los toquen,
sin brazos que los impulsen,
sin músculos que los muevan,
sin coraje que los domine,
sin ira que los doblegue,
acompasadamente
en su remar,
hacen que el barco
sin detenerse navegue,
siguen moviendo,
agitando las aguas
del viejo mar
azul celeste y cárdeno.

Ahora, y por de pronto
mi nave sigue adelante,
sin detenerse,
navegando va,
presta
hacia el Hesponto,
con su corva
y negra quilla
rompiendo el agua del mar,
multitud son los espectros
que me acompañan,
pero el silencio
se corta,
es denso, sordo,
apático y sepulcral,…

e impregnando las maderas
del viejo barco,
va el olor espeso y rancio
de largas noches
al cavo de tres mil años.

Silenciosa y solitaria
esta oscura y corva nave,
viaja,
con las velas desplegadas
bajo la bóveda celeste
y de olímpicas miradas,
retornando hacia la luz
de aquellas playas troyanas.

Navega rumbo al pasado
al abrigo de las parcas
y protegida por los hados,
esta ballena oscura,
corva y de madera,
sobre la mar,
azul celeste y cárdena.

Mientras, Hefesto el cojo,
bajo la tierra,
en las profundidades,
funde las armas del pélida,
teucros y argivos
siguen la guerra
con voluntad y con arrojo,
yo, mientras,
pilotando voy mi barca,
y de Zeus, señor de las nubes,
¡Que decir…!
Es la mano poderosa y gélida
que determina la suerte,
el hado, la muerte
el designio y la parca.

En tanto, Eolo, sopla
sobre las velas de mi nao
de innúmeros
bancos vacíos,
y la mueve ligera,
cual barca
pequeña de pesca
hacia las playas de Ilion,
la bien murada,
hacia la tierra
donde suenan las armas
de bronce,
ruedan veloces
los carros,
vive la guerra,
miran los dioses,
y mueren los hombres
a veces, luchando,
y en medio del campo
la muerte infinita,
inexorable,
va helando sus cuerpos,
y dejando su marca

indeleble

mientras su sangre
espesa y negruzca,
lentamente
va empapando
y amasando la tierra,
y sus almas,
ahora dispersas
ya son humo,
y, dócilmente caminan
hacia el hades,
detrás de la parca.

Digo, que los hombres
mueren a veces,
por guerras absurdas,
por los sueños furiosos
de un hombre,
o, por orgullos malditos
y honores sombríos
e inútiles,
y luchan a veces
por grandes imperios,
y también matan
o, se dejan la vida,
luchando
por una fajana de tierra,
que a veces,
en volumen no excede,
el sitio que ocupa

¡¡válgame el cielo!!
la marca dejada

donde estuvo,

omnipresente,

el cuerpo de un hombre
tendido en el suelo.