

Desde muy joven yo, como muchos jóvenes de mi generación, disfrutamos bastante viendo en el cine las películas del Oeste. Ya, según mi opinión, no se hacen películas como aquellas; el género a decaído en cantidad y en calidad, hasta casi lo irrisorio. El viejo western era un género trepidante, con un estilo propio, con su característica rudeza; pero donde no solía faltar ese pequeño huequecito para la ternura y para el amor. Hace algún tiempo le dediqué un poema a John Waine como dice el titulo, pero en realidad también se lo dedico a todo el género del western y al viejo cow-boys, cuya figura, en mi mente, aún permanece viva, y se alarga junto a su caballo sobre las colinas del lejano y legendario Oeste Americano.
John Waine
El Sol acribilla en la calle,
los carros levantan el polvo,
lentamente se abren
las puertas batientes,
en medio de ellas
un hombre aparece.
Las manos, las botas,
el sombrero y camina
de forma estudiada,
con paso indolente.
El tahúr, la chica.
Su enorme figura,
impresiona al entrar,
ya tiemblan de miedo
los torpes vaqueros,
el que entra, es,
John Waine.
El ceño fruncido, las manos,
las botas, su enorme sombrero,
whisky y cerveza, las balas,
la ropa se rompe,
el cinto, el colt y las manos,
la leche es muy mala,
el sheriff con su placa
y la sangre en el suelo.
Catorce centavos dicen,
que vale un entierro.
El fuego, las balas, el polvo.
A más de dos millas,
si el caballo, es del bueno,
está el cementerio.
Un par de empleados
arrastran los cuerpos.
La azada, la pala,
y unas manos callosas,
que cavan el suelo.
El sheriff, la placa,
y la sangre en el suelo...
las manos, las balas,
las botas, el ceño fruncido,
el enorme sombrero.
La leche es muy mala,
el caballo es muy bueno.
La calle en silencio,
se sube el jinete,
y a todo galope se aleja...
El Sol acribilla en la calle,
los carros levantan el polvo,
lentamente se abren
las puertas batientes,
en medio de ellas
un hombre aparece.
Las manos, las botas,
el sombrero y camina
de forma estudiada,
con paso indolente.
El tahúr, la chica.
Su enorme figura,
impresiona al entrar,
ya tiemblan de miedo
los torpes vaqueros,
el que entra, es,
John Waine.
El ceño fruncido, las manos,
las botas, su enorme sombrero,
whisky y cerveza, las balas,
la ropa se rompe,
el cinto, el colt y las manos,
la leche es muy mala,
el sheriff con su placa
y la sangre en el suelo.
Catorce centavos dicen,
que vale un entierro.
El fuego, las balas, el polvo.
A más de dos millas,
si el caballo, es del bueno,
está el cementerio.
Un par de empleados
arrastran los cuerpos.
La azada, la pala,
y unas manos callosas,
que cavan el suelo.
El sheriff, la placa,
y la sangre en el suelo...
las manos, las balas,
las botas, el ceño fruncido,
el enorme sombrero.
La leche es muy mala,
el caballo es muy bueno.
La calle en silencio,
se sube el jinete,
y a todo galope se aleja...
No hay comentarios:
Publicar un comentario