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17/11/07

AL PUEBLO DE LOS CRISTIANOS (poema)

Este es mi pueblo de adopción, pues llegué a él hace más de veinte años. Ahí, al fondo, arropando a la ciudad, vemos la imagen de la Montaña de Guaza, impertérrita, y casi hasta somnolienta, exquisita, como si no deseara, por nada, romper la intimidad ni el júbilo de sus diversos moradores. La canción dice, que (veinte años no es nada), pero si es. Es el tiempo suficiente para tomarle cariño al espacio donde uno ha sido y es, feliz. Este es, además, un lugar donde reina la alegría y bullicio, pero donde también puedes hallar la tranquilidad y el sosiego. Aquí se le da una buena acojida a todo el que viene para quedarse y a todo aquel que va de paso. Quizá por ese motivo cueste un poco enraizar en este pueblo, y verlo, como ese lugar a donde has decidido que vas a envejecer. A veces lo he comentado, por ese ajetreo de gentes que vienen y de gentes que van, siempre me dio la impresión de vivir en una ciudad minera. Una ciudad de cartón piedra dominada por la fiebre del turismo y de una construcción rápida, que galopa, dejando trás de si un paisaje acribillado por el brillo del asfalto y por las torres de cemento. Pero, lo dicho, cuando me paseo por sus calles, cuando camino por su playa, o cuando contemplo toda la ciudad desde el espigón del muelle, entonces lo siento de verdad, y lo sé, sé que este cariño es sincero y para siempre.

Pueblo de Los Cristianos



Ayer noche, el pueblo me pareció
diferente, era como una pequeña aldea
de grandes edificios, enanos,...
agazapados a los pies de la montaña,
habitados por extraños ciudadanos
cubiertos del salitre que arroja la marea.

Ayer noche, el pueblo me pareció
desconocido y sin embargo... ¡ahí! Estaba,
tan robusta, tan hermosa y parda
tan callada como siempre, como nunca...
tan conocida y desconocida, tan familiar
se recortaba la silueta... de la Montaña de Guaza.

Ayer, apenas era de noche, y sin embargo
el pueblo estaba quieto,
luces mortecinas surgían en los balcones
y, como los incisivos faros de los coches,
también ellas, dando al día por muerto,
tímidamente salían de su letargo.

Era de noche ayer
y eran los edificios enanos,
la montaña, hermosa, quieta y parda,
y las luces brotando de los balcones,
mientras..., desde lo alto de la montaña
¡cómo una madre! miraba la Luna Llena
al pueblo de Los Cristianos.

Ayer soñé que era de noche,
y en medio de la bahía se reflejaba la luna,
vi de pronto levantarse un torbellino,...
aguas de lejanos mares penetraron la bahía
cubriéndola de blanca espuma,
y solo por descansar en su arena,... huyendo
del huracán, la galerna o el remolino.

Así también arribó, un tiburón,
con una mortal herida,
¡Tan feroz, pero llegó
hasta partirnos el alma!
buscaba solo una mar en calma
sabiendo que se moría.

Era de día ayer y caminaba despierto
paseando por el muelle,
cuando el Ferry entra en el puerto...
no hay barquillo que resuelle.

Es el agua penetrada
por las barcas con su quilla
y las olas con su espuma
van a romperse a la orilla.

¿Tu alma pueblo, donde a quedado?
La sencilla, esa que tuviste antaño,
la humilde, la tuya,
esa del pescador,…
quizá nos falte el valor,
el coraje y el redaño,
para mirarla, sola y arrinconada,
destruida y casi olvidada...
Es, el llamado progreso,
¡tan fuerte y arrasador!

Y al cruzarme entre
los variados ciudadanos,
que llegados de la vieja Europa
residen en Los Cristianos,
sigo siendo, solamente..., un aldeano,
que por mirar a La Luna
vuelve sus ojos al cielo,
y cada día me paseo por el puerto
y contemplo... ¡Qué parda está la montaña!
y me embarga el sentimiento
la sensación, tan conocida y extraña
de estar amando a este pueblo.

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