Que puedo añadir yo, que no se haya dicho ya, sobre la figura del escritor, del genial, Edgar Hallan Poe. Nada. Solo diré que le admiro casi desde niño, cuando por primera vez escuché uno de sus relatos, (El Corazón Delator). Siempre estoy releyendo una y otra vez su obra. Ese, es uno de mis inconfesables defectos; releo las cosas que me gustan, como si de una droga se tratara, aunque, eso si, dejando un margen de tiempo de reposo para que surja el síndrome de abstinencia lectora. Debo decir, que cuando releo a mis favoritos, jamás me desepcionan. Hay gente, que, cuando lee un libro, lo da por leído para siempre; yo termino de leerlos y, a menudo, les digo hasta pronto. Los libros dejan de ser objetos para mi, y se convierten en seres queridos, que, como algún amigo, nuestro perro o la familia, están ahí, aún con más fidelidad, si cabe, acompañándonos durante toda la vida. En este caso, a Edgar Hallan Poe, desde niño, le debo muchísimo. Mi imaginación se alimentó con sus relatos, en una época, en que a mi, la vida se me presentaba bastante oscura y desesperanzada. Recordando sus relatos, hace poco tiempo, le dediqué estos cuatro sonetos y, vayan aquí, como una modestísima prueba de gratitud, de mi humilde persona, hacía la obra de una de las figuras cumbre de la literatura universal, Poe. I
Al cuervo (Hallan Poe)
Puedo imaginar aquel triste y gélido Diciembre.
Ver puedo, en la noche, el cuerpo rígido de Leonora,
su tez lívida, el sombrío y mudo aspecto de la muerte,
y el crujir escalofriante y seco, de la seda de las cortinas rojas.
Oír puedo los toques apenas perceptibles,
de un visitante frente a la puerta de tu casa;
un ser alado y oscuro, de ojos penetrantes;
y en tu cerebro el eco leve, del nombre de Leonora.
Ver puedo a ese negro córvido, cínico y aterrador,
que, al punto, se niega a devolverte la esperanza
y sádicamente, se recrea en tu miedo y tu dolor…,
permaneciendo ahí, en el dintel, sobre el busto de Palas;
ya, jamás contemplarás el rostro amado de Leonora,
pero de sus malignos ojos, no podrás librarte, nunca más.
II
A la magnífica literatura de Hallan Poe.
Admirado: Edgar Hallan Poe, si puedes oírme…¡Óyeme!
aunque el relámpago expanda su increíble resplandor,
y camines cubierto por el manto de la negra noche
de una tormenta imbuido bajo el brutal fragor.
Edgar Hallan Poe, si puedes oírme,… ¡escúchame!
aunque viajes arrastrado por el ciego torbellino,
ese que a los marinos espanta y les llena de terror,
ese al que todos temen y que llaman “Ojo del Malestrom.”
Puede, que te encuentres, quizá, perdido,
o enajenado frente a un lápida de mármol,
tal vez frenético, delirante, enloquecido…
Y, solo escucharás,… el tenue frufrú de un traje y, pasos leves,
que se acercan, fruto de un desvarío ocasionado por el alcohol;
pero…“¡No…, ella, Laide Madeleine yace en la cripta, no puede ser!”
III
A la Casa Husser, y a todos sus relatos.
Cuando hayan desfilado los últimos espectros
o el retrato ovalado cambie de forma
ya sea cuadrado, o vaya a la redondez,…
¡te quedarás solo, solo, mirando a la Casa Husser!
Cuando el escarabajo de oro se torne opaco
como una momia, perdiendo su brillantez,
en la noche, un péndulo avanzará despacio,…
¡y te quedarás absorto mirando a la Casa Husser!
Alzarás la vista sobre los mapas de Mercator
y en un caballo de fuego galopa Metzengestein
hacia la quinta extraordinaria de mister Landor.
Amigo Poe, un gato negro se postra ante tus pies,
y,… mientras bajo unas tablas un corazón hace de delator,
¡tus ojos, atónitos, observan como se hunde la Casa Husser!
IV
Los genios como Poe, con sus relatos, han llenado parte de nuestra vida.
Poe, cuantas veces he leído y releído tus relatos,
y, no pocas, me he impregnado en la angustia
y he zozobrado en mares espantosos de grima,
generosamente ocupados por seres espectrales.
Cuantas veces me habré bañado en los detritus
que tu loca imaginación creó bajo un cielo
tenebroso, feudo del búho y del murciélago,
plagado de enigmas, misterios y de espíritus.
Los que te admiramos te comprendemos.
Nada habremos de censurarte,
al contrario, discúlpanos, pues te debemos
mucho y, es tan poco lo que te damos…
Grande es tu obra, inmensa tu valía,…
por eso, ante tu genio a solas nos postramos.

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