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5/6/07

Crónica de la infancia, (Los Pedreros)








En la costa del Río de Arico, al sur de Tenerife, en mi infancia abundaban las canteras. El motivo era que, en aquellos tiempos allí, la tosca blanca se encontraba por doquier. (En la foto vemos a los obreros de la actual y única cantera, que en el sur, extrae y da forma, con máquinas, a los ya legendarios cantos blancos).
En mi niñez, era el hombre, el pedrero, el que, con sus herramientas, la fuerza de sus manos y su sudor, extraía la piedra, la labraba, y daba forma a la perfección a cada uno de aquellos cantos blancos. Ahora, de aquellos pedreros, solamente queda el recuerdo, gracias a los adelantos y a la prósperidad. Hace algunos años escribí la siguiente crónica; pero, aún hoy, cuando vuelven otra vez las andoriñas y la tarde está amodorrada y silenciosa, creo escuchar el canto de las escodas, y huelo perfectamente el humo de las fraguas y oigo el martillo golpeando inmisericordemente sobre el yunque.
A los Pedreros... (cuadros de mi infancia)



Retorno a uno de aquellos atardeceres,
costa del Río del año sesenta y tantos,
donde, monótonos se oían, los cantares
de las escodas labrando los cantos blancos.

Torsos al sol, sudadas camisetas, alpargatas,
Manos callosas y calzones remendados.
Bebiendo fresca agua, en pila de tosca conservada,
los pedreros reponían los sudores derramados.

El sol de la tarde era ya un recuerdo y solo quedaba
contra el poniente apenas un resplandor rosáceo,
entonces, se olía a carbón y salía humo de la fragua,

y aquella con su hermosa lengua de fuego
como un dragón, sin piedad, lamía el acero,
que sobre el yunque, ya era blando y maleable.

UN PASADO NO TAN LEJANO



“PEDREROS”


El duro oficio de labrar la piedra de tosca a mano y hacer con ella bloques para la construcción de casas, fue algo que duró en la costa del Río hasta finales de los años sesenta.
Fue con el desarrollo y la mejora de la economía cuando acabó siendo sustituido por el bloque prefabricado mucho más ligero y acorde con los tiempos modernos y las nuevas formas de construcción que se terminaron imponiendo hasta en los pequeños pueblos, donde el canto blanco de tosca por un largo periodo de tiempo había llegado a ser el rey.
El canto blanco, era un bloque rústico, un bloque para pobres sin la menor duda, no necesitaba ser encalado por la parte externa y según se empapaba con la lluvia rápidamente, también con medio día de buen Sol se quedaba totalmente seco. Este bloque, no se lleva nada bien con el mar, cerca de la playa el salitre erosiona esta piedra en poco tiempo, no siendo recomendable dejarlo en esta zona a cara descubierta. Tampoco debería emplearse en jardines donde la piedra se empape continuamente de agua pues es entonces cuando su gran enemigo "El Salitre" pasa al ataque y como un cáncer en poco tiempo lo corroe, devorándolo como la más terrible de las enfermedades. Donde el canto blanco sobrevive mejor es en la zona de medianía, no tenemos más que darnos un paseo por cualquiera de nuestros pueblos del Sur para comprobar como todavía queda alguna que otra casita levantada hace muchos años con este tipo de cantos.
Ahora pasados algunos años se ha vuelto a poner de moda el canto blanco, los podemos ver adornando jardines, patios, muros, restaurantes, boutiques y hasta en algunos hoteles ha llegado a penetrar la susodicha piedra, "Quién Lo Hubiera Dicho”
Cuando yo era un muchacho, recuerdo ver trabajando a los pedreros en las canteras. Desde muy lejos se escuchaba el monótono sonido de las escodas al ir labrando los cantos, o el eco de los marrones golpeando las cuñas metidas dentro de las tiemplas. Hombres tostados al Sol, unos con el torso desnudo, otros solamente con la negra y sudada camiseta, algunos llevaban camisas zurcidas, con más de mil remiendos de todas las formas y colores. Eran los pedreros, trabajo duro y peligroso era éste. Lo primero era tumbar la piedra, para ello había que excavar primero una serie de túneles debajo de ella para que ésta con su propio peso se desprendiera del risco al clavarle las cuñas por la senda apropiada como si de una gran muela se tratara.
Recuerdo oir hablar de un hecho anecdótico que sucedió en una cantera, - creo que fue en la de las Rosas - ocurrió que al partir una piedra por la mitad, apareció en el interior de ésta un caracol fosilizado, los pedreros no daban crédito a lo que estaban viendo, y los parroquianos que se fueron enterando tampoco se explicaban como había llegado el caracol al interior de la piedra, si no existía el más pequeño agujero que desde el exterior condujera hacia él. Después de darle no pocas vueltas al asunto y de hacer miles de conjeturas, terminaban por echarlo en el cesto de las cosas sin explicación.
Hace poco, en el Salto, un señor me recordaba las grandes pilas que tenían los pedreros para poner el agua, hechas de la misma tosca con su tapa perfectamente fabricada también del mismo material, me hacía notar este señor, el frescor tan natural de este agua mantenida en pila de tosca y yo a pesar de no tener sus años también recuerdo perfectamente estos detalles sumamente entrañables.
Entre los pedreros había dos especialidades: Unos eran "Repartidores" y otros "Labrantes" los repartidores eran diestros en entallar y darle forma al canto, luego los labrantes se encargaban de pulirlo de manera definitiva, había hombres que eran tan avezados en repartir la piedra que se encargaban de hacerlo para unos cuantos labrantes a la vez.
Al anochecer se escuchaban los golpes del martillo en el yunque aguzando los escodas, para empezar al día siguiente con la herramienta bien afilada en el duro trabajo y en la oscuridad de la noche se repartía el olor a fragua y a carbón vegetal por las barranqueras de la costa del Río. Cuando se apagaban las últimas brasas de la fragua todo quedaba en silencio, era el tiempo del descanso para algunos, otros aún tenían energías para ir un rato a la cantina, recuerdo el letrero bien visible " Hoy no se fía, mañana sí." En aquella cantina, - una mañana - me hicieron mi primer bocadillo de sardinas y lo encontré tan bueno que jamás he podido olvidarlo a pesar de que han pasado algunos años.
Trabajando en las canteras había hombres de todas partes de la isla. Trabajaban a destajo y aunque se dejaban la piel e incluso a veces hasta la propia vida, tenían el aliciente de que cuanto más se fastidiaban la espalda más ganaban y esto les empujaba hacia adelante un día y otro y otro más. Cualquier sitio servía como vivienda, una cueva excavada de manera acelerada, unos cantos formando una cueva-casa debajo de un veril, en aquellos tiempos uno se alojaba en cualquier sitio y a la toilette no se le daba la importancia de ahora.
Actualmente en la zona, solo queda una cantera, pero desde hace muchos años trabaja con maquinaria especializada en cortar la maciza tosca blanca. Los cantos blancos se venden ahora como rosquillas, hay más demanda de los que pueden extraer y competencia ninguna, la cantera pues continua siendo un buen negocio, sólo que no hay que hacer los terribles sacrificios de antaño. Por eso, vaya mi recuerdo y mi homenaje para aquellos hombres que dejaron en el pasado su salud y hasta su vida, golpeando la piedra con el hierro para dar forma a los cantos blancos que más tarde iban a ser nuestro hogar.


fdo. Servilio Casanova Pestano.


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