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Sur de Tenerife, Canarias, Spain

2/6/07

Crónicas de mi infancia











Hace algunos años, coincidiendo con la entrada de España en el euro, escribí la siguiente crónica. Es un recuerdo lejano y entrañable a pesar de todo, pues en el, hablo de nuestras correrias infantiles en medio de la pobreza y, de una libertad, a ratos, casi absoluta. La cochinilla es un insecto que parasita las hojas de las tuneras y, chupando su jugosa savia, engorda, hasta convertirse en uno de los mejores colorantes naturales que se conocen. Recolectarla en aquellos años, para nosotros, los chicos, suponía, practicamente, nuestra única fuente de ingresos. Su uso fue cayendo en decadencia a consecuencia de la salida al mercado de colorantes artificiales, fabricados intensivamente, muchísimo más baratos, sin las penalidades que suponía la recolección, pero más insalubres y sin la poesía y el encanto que tiene toda cosa que elabora o que recolecta la mano humana.





LA COSECHA DEL NOPAL




La cochinilla es un insecto, es un parásito que vive, adherido chupando la abundante savia de las carnosas hojas del nopal o de las pencas que es como vulgarmente las conocemos los canarios. Parece ahora increíble que la recolección de este redondo insecto en otros tiempos fuera la base de nuestra economía, llegando a ser el principal producto de exportación de nuestra isla. Nunca me he parado pensar si existen o han existido insectos similares a la cochinilla, pero como agricultor no puedo más que esbozar una sonrisa al pensar en el enorme capital que deberían pagarme por los millones de arañas rojas, de moscas blancas, de trips y de orugas que me veo obligado a eliminar todos los años, seguramente si me pagaran por recolectarlos mi economía marcharía bastante mejor. Ésta, era una plaga beneficiosa, una plaga rentable, que lejos de ser un desastre cuya eliminación costaría un elevado precio, era en si misma la verdadera cosecha del nopal y no la producción de higos picos como correspondería a la lógica, pues la función de la penca no era otra que alimentar y engordar al máximo a sus rechonchos y empolvados inquilinos. Mientras no salieron al mercado otros colorantes artificiales, la cochinilla fue uno de los mejores colorantes con la indudable ventaja de ser de origen natural. En ella teníamos una de nuestras mayores riquezas, por eso su caída en desuso nos afectó de manera absolutamente catastrófica y como otras tantas veces quedamos al mismísimo borde del abismo.
Allá por los años sesenta la cochinilla aún se continuaba recolectando, pero ya a muy pequeña escala, por aquel tiempo era una actividad sólo desempeñada por los niños y los adolescentes. Recuerdo que en mi barrio, en el Río de Arico, los chicos recogíamos bastante cochinilla, conseguir cuatro o seis duros en una tarde eso era poseer toda una fortuna en aquellos tiempos; Significaba ir al cine, comprar un cucurucho de papel vaso lleno de aceitunas, - que el ventero sacaba con un cucharón del interior de un panzudo garrafón de boca ancha mientras nos miraba por encima de las lentes - o comprar unas cuantas tortas de Vilaflor, también podíamos adquirir aquellos cromos que nos faltaban para completar el álbum, en fin que la cochinilla para nosotros significaba el modo de conseguir el dinero que nuestros padres no nos podían dar. También era andar libres por las laderas y barrancos buscando el preciado grano, pero además estaban los arañazos en las canillas, los golpes y las caspas en nuestras rodillas hablaban de nuestras andanzas y que decir del enorme desconsuelo al resbalar y esparcir entre las piedras el valioso contenido del cacharro grande donde viajaba todo lo recolectado en una jornada. Grande también era el desaliento al ver los preciosos granos perderse entre las malezas y de un solo golpe el suelo tragarse varias horas de nuestra sacrificada labor.
Recuerdo perfectamente como mi hermano mayor pretendía esclavizarme, al utilizarme como porteador de los innumerables cacharros y cucharones que usaba para coger la cochinilla y así él no perdía de recolectar mientras caminábamos y todo esto a cambio de nada, solamente por la fuerza y la autoridad que le daban el haber nacido cinco años antes que yo.
Por aquel entonces yo no había oído hablar jamás del " Che " pero tampoco me hizo falta para darme perfecta cuenta de que esto que pretendía mi querido hermano era un atropello, pero sobre todo una gran injusticia y fue por eso que me rebelé, me negué rotundamente a cargar con su rebaño de latas. De inmediato Atila montó en cólera y comenzó a darme de punterazos y de tortas, pero ¡ oh destino! pronto comprendí el poder de un buen chantaje. Sin saber como, de mi boca salieron las palabras mágicas, " Le voy a decir a padre que tuú...... ", como supondrán ustedes yo era conocedor de algunos de sus secretillos y ahora comenzaba a saber como debía usarlos. Mi hermano palideció y es que debió sonarle como si al dueño del coloso le hubieran dicho," Era suyo Titanic, pues lo siento se acaba de hundir", el muchacho temblando decía: " No... no... no pensarás decirlee... eso a padree...", mientras yo le contestaba: "Mejor será que no te dé con la hebilla del cinto, debe doler un montón". En honor a la verdad debo decir que mi padre jamás nos castigó, pero el cinto era un arma disuasoria que pendía sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles, nunca se podía saber en que momento sería empleado y tal vez por eso producía aún más temor.
De pronto el tirano de mi hermano se transformó en un ser atento y bueno, que me colmaba de atenciones, que me tenía en cuenta llenándome de comodidades y que buscaba mi benevolencia y mi perdón a toda costa sin reparar en los medios, si me empeñaba en que me subiera a hombros una cuesta demasiado empinada, él lo hacia, también conseguí hacerme con su carro de madera, --cuyas ruedas, eran fabricadas con las suelas de las alpargatas viejas- y aparcar el mío en peores condiciones que el suyo y bastante más rústico. Y de esta manera hasta casi llegar la noche, solo entonces viendo la melancolía y la tristeza que embargaban a mi hermano me decidían a jurarle que por esta vez no le contaría nada a nuestro padre. Y ese juramento se cumplía, pues desde lo alto había un Dios poderoso y justiciero que lo veía todo, preparado siempre, con el arco tenso, dispuesto a soltar la flecha que nos desgarraría el corazón. Esa noche me dormí con la sensación de haber roto unas enormes y pesadas cadenas y mientras los Norteamericanos se afanaban en tirar miles de bombas de Napalm en el Viemnan, yo ajeno a todo eso y sin haber oído hablar jamás de Charlie, me sentía un ser libre para siempre en el gran negocio de la cochinilla.

Se aproximaba el verano y con él las uvas hinchonas y calientes que ya comenzábamos a pellizcar y con ellas los apretones de barriga y las diarreas veraniegas. Empezaban los chapuzones en las tanquillas y en los charcos de los barrancos; en estos lodazales aprendíamos a nadar los más pequeños, - los mayores que ya sabían- lo hacían en las charcas y en los estanques. Ahora que está a punto desaparecer nuestra moneda y que ya solamente vamos a manejar los dichosos Euros estos recuerdos se me antojan tan lejanos... Pero así transcurría nuestra infancia en aquel nuestro universo rural.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo Servilio, gracias por compartir un trozo entrañable de tu vida. Me has evocado y transportado a una época de mi vida en la que, en ocasiones, me he identificado contigo y en otras me has enseñado formas de vida desconocidas para mí.
Espero seguir leyendo algún artículo más de ti.
Firmado: Un compañero de la vida

Mayte Llera dijo...

Ohhh, justo se me cerró el navegador cuando le iba a dar a enviar al comentario, así que tendré que repetirlo, más o menos.

Te decía que hablas en tu entrañable relato de esa España regida por un Dios y un caudillo que andaban parejos en cuanto a poderes, como poder incuestionable tenía la figura paterna y ya sólo la visión de ese cinturón era suficientemente disuasoria, jeje. Y ya ves, que aunque nada supieras sobre el Che o sobre Vietnam, el chantaje sí lo conociste y fue tremendamente efectivo, jaja.
Respecto a los nopales, en México también los llaman así, y no chumberas como aquí en mi tierra. Allí, en México, en algunos sitios, se comen las cochinillas, jeje, hacen guisos con ellas. En Asturias también las tenemos, aunque al no abundar tanto, no se recogían para hacer tinte con ellas, aquí más bien se les echaba pesticida porque se comían las plantas ornamentales de los jardines. Yo, que crecí en el campo y teníamos huerto y jardines, las veía horrorizada, me daban un repelús espantoso, lo mismo que babosas, lombrices y otros bichos inofensivos pero feúchos, jeje, sin embargo nunca tuve miedo ni asco a las arañas, jeje. Bueno, yo era niña de ciudad, llegué al campo ya con ocho años y era melindrosita. Y ahora que tengo jardines, sigo teniendo esa aprensión por esos bichitos, me da “yuyu” cuando veo alguno, jeje, debe ser herencia de la infancia.
Comparto tu precioso relato y te dejo besos y mis mejores deseos para este finde :-))