A CHÉJOV
Chéjov te dio la vida,
MUJER,
una vida cargada
de sueños,
si,
y de proezas,
pero también
una vida
de inmundicias,
de excrementos de paloma
y de polvo de estrellas,
de vanidad insolente
y de mesura,
y te soltó en medio
del jardín,
de ese umbrío jardín
habitado por las almas
tristes de los muertos,
pues, no en vano,
Chéjov te parió
entre vómitos de sangre,
naciste a borbotones
de la fiebre
y del dolor,
de una cópula incesante,
enferma,
pero llena de grandeza,
por eso, ese amor,
nunca podrá saltar ya
las tapias del jardín,
vive enclaustrado,
preso
entre el fru fru
de las banalidades,
que es donde espumea
la verdadera
pobreza del espíritu,
donde el tedio apacienta
cada día a sus ovejas,
y el aburrimiento
saca el sable rebanando
la alegría a machetazos.
Por los anchos ventanales
de la casa
penetran, lánguidas,
casi, evanescentes,
las notas suaves
y melancólicas
de la tarde azul,
y suena la paz de un clavicordio,
mientras florece el samovar
en la tetera de tus sueños,
y, acaso,
bajo el humilde tesón
de unas miradas
que se vuelven anoréxicas,
cabrá dentro de un puño
el jolgorio de tu risa,
esa risa tuya,
amarga y doliente,
coqueta,
basta, gritona,
falsamente alegre,
que aún así,
no da para tapar,
tanto vacío, tanta tristeza
acumulada,
no hay cera que cubra,
tanta desdicha,
no hay remedio,
de nada vale ya el jardín,
ni la flor de mil cerezos,
nada es suficiente,
nada, nada
para cubrir el hueco,
el arpón de soledad
que te atraviesa los costados.
para cubrir el hueco,
el arpón de soledad
que te atraviesa los costados.
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