La
tribu de los Guan era descendiente directa del viejo y legendario pueblo de Los
Zanatos. Hubo un largo periodo en que fue una tribu muy bien consolidada. Pero,
por desgracia, por el tiempo en que les hablo, los Guan ya constituían solamente
un pequeño grupo. Un pequeño reducto en
el que solamente habían sobrevivido los más fuertes, pues, llevaban largo
tiempo, siendo cada vez más, cercados y eliminados sin piedad. Primero fueron
acosados y, luego, aniquilados por la extrema dureza del desierto que les
embestía por el sur y por el este. Poco a poco, desde sus ancestros, las
lluvias fueron desapareciendo, y el desierto, aquel pardo e inmenso mar de
arena, uno tras otro se los fue tragando: primero fueron los árboles, luego las
reses y, finalmente, a los hombres. El clima cambió. Cambió tanto, y tan
aprisa, que aquella tierra, antes, abundante, rica en pastos y generosa en agua,
ahora, era barrida, casi de continuo, por un soplo tenaz, un siroco continuo y
abrasador. Un viento tan fuerte y obstinado,
que, a buena parte de ellos, la arena les había dejado ciegos, y para colmo de
males, con frecuencia les traía la plaga de las langostas. Su única salida
válida hubiera sido marchar hacia el norte. Pero el norte era peligroso. El norte
era sumamente peligroso, por eso huían hacia el sur alejándose de él. Primero
fueron Los hombres de La Mar
quienes les perseguían, y les capturaban, llevándoselos como esclavos, y
después, fueron cada uno de los pueblos que ejercieron el dominio en El Mediterráneo
y sobre el Norte de África, desde los fenicios, hasta los romanos.
Llegó
un momento, en que la candente lengua del desierto, drásticamente les dejó sin
opciones, empujándoles sin remisión hacia la orilla del mar.
Con
el mar a su espalda, y las olas incesantes lamiéndole los pies, un día, Guama,
el jefe de la tribu, (también llamado por los suyos “Ojos de Mandril”) les
habló de forma solemne y de esta manera en su peculiar dialecto: “Yo, Guama,
vuestro jefe, os digo: que no se os olvide nunca este momento, retenedlo
siempre en vuestra memoria, decidlo luego a vuestros hijos y a vuestros nietos,
recordad el día en que nuestra tribu, la
tribu de los Guan, un pueblo nómada de pastores y guerreros, tomó la decisión
de abandonar su tierra para emigrar. Que nuestro pueblo, aniquilado por el
hambre y por la sed, se vio obligado a dejar la tierra de sus ancestros y en
balsas, tomo rumbo a las Islas del Mar
Profundo, y a la isla de la gran montaña, el Echeide, en cuyo interior, dicen
que habita, Guayota, el gran espíritu del mal, quemándose allí eternamente. Que
no se os olvide nunca,… que aunque la mar nos disperse, y nuestras balsas
arriben en tierras diferentes, siempre,… aunque el agua y la distancia nos
separen, siempre seremos uno, Los Guan, una tribu irreductible y valiente,
descendiente directa del viejo pueblo de Los Zanatos.”
Ahora,
subid a las balsas con vuestras mujeres e hijos, cargad algunas de vuestras cabras y algunos de vuestros perros,
cuidad de las semillas al precio de vuestras vidas y que el cielo os proteja a
todos. Llevad con orgullo nuestro nombre al sitio donde arribéis y recordad: la
cabeza siempre bien alta con el orgullo de nuestro pueblo, pues, aunque ahora, a
partir de este momento retrasáramos cientos de miles lunas nuestro viaje, siempre
habrá alguien a nuestra llegada, para lanzarnos con odio, palabras como éstas a
la cara:
¿De
donde vienes extranjero? ¿A donde vas?
Si no me gustan ni tu color, ni tu cara, mejor te vuelves. Regresa a tu
tierra, vuelve por donde has venido.
Más,
nosotros les diremos: hermano, la tierra no es mía, ni es tuya, pues ni
siquiera la fuente en que bebemos nos pertenece. Somos todos hijos de la madre
tierra y solo poseemos lo que ella nos quiera dar…No somos dueños de nada. Sin
los hombres, seguro que los bosques permanecerán, pero sin árboles, el hombre,
sin duda, perecerá.”
Cuando
terminó de decir estas palabras, Guama, jefe de la tribu, también llamado “Ojos
de Mandril” visiblemente afectado, se subió a la primera balsa con su familia y
dio la orden de partir. De todas las balsas sonaron roncamente los bucios,
desplegaron al unísono las rústicas velas fabricadas con pieles de cabras y
lentamente la pequeña flota se puso en marcha.
Poco
a poco los ocupantes de las balsas comenzaron a internarse en la mar profunda y
tenebrosa. Al anochecer, cerca de las barcazas, jugando con las olas, saltaron algunos
delfines juguetones y hacia atrás, al fondo, amarillenta y solitaria, batida
una y otra vez por las olas, aún se veía la costa…
FIN
Terminado de escribir el domingo 26 de octubre de 2008.
2 comentarios:
Si no me euivoco, narras la génesis de los guanches, aunque no sé si es una leyenda o una ficción de tu pluma, pero sea como sea, te ha quedado precioso este relato, querido Servilio. Lo comparto gustosa. Besos y feliz finde!
Si no me euivoco, narras la génesis de los guanches, aunque no sé si es una leyenda o una ficción de tu pluma, pero sea como sea, te ha quedado precioso este relato, querido Servilio. Lo comparto gustosa. Besos y feliz finde!
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