UN SUEÑO LLAMADO SAMARKANDA
(Cuento)
Tomás y Adela, son un matrimonio bastante normal, uno de tantos de la bien o mal llamada clase media. Tienen que afrontar a fin de mes, el pago de la hipoteca del piso en el cual viven y las letras de un nuevo coche y aunque afortunadamente los dos trabajan, si surgen algunos imprevistos no es mucho lo que consiguen ahorrar. Tienen un niño de seis años y a ellos les gustaría darle una buena educación, pero entiéndase, no solamente basada en buenos conocimientos académicos; pues ellos piensan, que ésta debiera recoger de una manera integral a toda su persona y por lo tanto, los dos procuran poner cuanto pueden de su parte. Hasta el momento, ellos han conseguido que la tromba consumista, de publicidad y de ofertas de todo tipo que revolotea por ahí, se haya estrellado contra el felpudo que tienen ante la puerta de su casa, sin conseguir penetrar en ella; librándose así, del agobio consumista y manteniéndose firmes en un consumo necesario, equilibrado y racional; pero he aquí, que les surge un problema imprevisto. Al aproximarse las fiestas navideñas, Tomasito su hijo, él cual, hasta entonces, habían mantenido contento con el regalo de dos o tres juguetes, máximo; este año, les pide nada menos que siete. Bien es verdad que si quisieran, ellos, los abuelos de Tomasito y los familiares más allegados, podrían ponerse de acuerdo y dejar contento y lleno de juguetes para todo el año a su hijo Tomasito. Pero ellos como padres, no estaban dispuestos a dar ese modelo y ejemplo de derroche a su pequeño hijo. Siempre les pareció, un espectáculo lamentable, cuando vieron en otros hogares, como los niños se atrincheraban victoriosos, detrás de las montañas de juguetes que les habían regalado. Pero un poco más tarde, pasada esa gran euforia del primer momento, aquellos mismos niños ante su tesoro, se mostraban bastante desconcertados y casi aburridos no conseguían centrarse en el juego, con uno solo de sus juguetes.
Pensando como pensaban, Tomás y Adela siempre llegaban a un consenso en la resolución de todos los problemas referentes a la educación de Tomasito, por eso, en éste asunto, también los dos estuvieron perfectamente de acuerdo. En esta ocasión, los dos padres estaban presentes, pero fue Tomás el encargado de hablar del tema con su hijo.
- ¿Oye hijo, me ha dicho mamá, que andas pidiendo este año, muchos juguetes a Papá Noel y a los Reyes Magos?
- ¡Si, quiero que me traigan muchos juguetes!
- ¿Cuántos son para ti muchos juguetes, dos, o tres talvez?
- ¡Papi! Dos o tres son pocos juguetes; te dije que quiero muchos.
- Bueno dime de una vez: ¿Cuántos quieres?
- ¡Quiero siete juguetes! –Y Tomasito nombró y dio detalles, entusiasmado, de cada uno de ellos a su padre. Su padre le escuchó con mucha atención y luego le dijo:
- Siete juguetes son muchos, tú lo has dicho y por eso los vamos a dejar solamente en tres. ¡Si quieres, hijo, puedes ponerte a llorar! Mamá y yo, te vamos a dar las razones por las cuales no queremos que pidas tantos juguetes a los Reyes, primero: ese vídeo juego, del que me hablas; es muy violento para un niño de tu edad y también para un adulto como yo, porque eso de jugar a matar personas, a ese juego tu madre y yo no jugaríamos nunca; ¿verdad Adela?
- ¡Claro que no! Y por ese motivo, como somos tus padres y te queremos mucho, no queremos que juegues a matar, ni siquiera de mentira. ¿Te gustaría que mataran a papi, a mí o a Don Toribio nuestro gato? ¿Verdad que sufrirías, aunque todo fuese de mentira?
- ¡No quiero que se muera ninguno! –Lloriqueó el niño – ¡Pero el juego es tan divertido y las personas que mueren no son de verdad!
- Aunque no sean de verdad – continuó Hablando Tomás – la vida es lo más importante que tenemos las personas, por eso, no se debe jugar a matar nunca. Además, ¿no has pensado que si los Reyes Magos te traen demasiados juguetes a ti, seguramente, después quizá no les queden más juguetes para regalar a otros niños? Mira hijo, tienes aún, casi todos los juguetes del año pasado y tendrás los de este año y el próximo año volverán de nuevo los Reyes Magos con más regalos y juguetes; así, que vas a elegir los tres que más deseas tener y por los demás, esperarás tranquilamente al año que viene para tenerlos. Hay que saber esperar hijo, las cosas no siempre llegan corriendo y tu madre, es un ejemplo de una persona que sabe esperar, porque, verás; voy a contarte algo que solo mamá y yo sabemos; cuando nos conocimos a ella le hacía mucha ilusión visitar París.
- ¿París de la Francia? –Se apresuró a preguntar jovialmente el niño.
- Exactamente, París, que es la capital de Francia. Y como te decía, ella deseaba muchísimo ir a París y pasear tranquilamente por sus calles, visitar Notredam, subir a la torre Eiffel, recorrer los Campos Elíseos y sobre todo viajar en barco por el Sena, que es el gran río que cruza con sus aguas la capital.
- ¿Y por que no fue a París? –Preguntó nuevamente muy interesado Tomasito.
- ¡Ah! Eso precisamente quería explicarte, pues, que mamá y yo nos conocimos y decidimos casarnos y estar para siempre los dos juntos; pero el dinero con el que mamá pensaba ir a París, nos lo gastamos en nuestra boda y como puedes ver, la pobre mamá a tenido que esperar muchos años y aún le quedan muchos más para ir, pero ella no tiene prisa, porque sabe que al fin irá a París y verá realizada su gran ilusión.
- ¡Mami, mami! –Dijo el niño – Cuando tengamos mucho dinero, papi y yo te llevaremos a París. ¿Sabes papá? Ya no quiero tantos juguetes, porque si mamá espera, yo también puedo esperar. ¡Papi, papi! ¿Y tú no tienes, algo que te gustaría hacer?
- ¡Claro que sí, hijo! Verás, hay una hermosa ciudad, que está en el Lejano Oriente, en el gran oasis de Zeravshán. Y ocurrió, que desde el día que mencionaron en mi presencia, su nombre evocador y misterioso, quise visitarla. Porque cada piedra de esa ciudad es historia, primero: fue conquistada por Alejandro Magno, antes de que naciera Jesucristo y mil años después: la ciudad fue arrasada por el conquistador más grande de la historia, el poderoso, Gengis Kan, el cual formó un colosal imperio, que llegaba desde Corea, hasta las puertas de Europa.
- Papi ¿Cómo se llama esa ciudad? – Preguntó Tomasito con los ojos brillantes, llenos de curiosidad.
- La ciudad, se llama Samarkanda. ¿Verdad, que suena bonito su nombre?
- ¡Muy bonito! ¿Y tú me llevarás cuando vayas a Samarkanda?
- ¡Claro que sí! Pero, para eso, aún falta mucho. Mamá y yo tenemos la obligación de trabajar y tú, tienes también la obligación de estudiar mucho y cuando hayas aprendido muchas cosas y seas un hombre, entonces si que podrás acompañarme en mi viaje a Samarkanda. No tenemos prisa, lo iremos preparando todo para cuando llegue ese día y ahora, danos un beso y vete ya a la cama, que es tarde y mañana tienes que ir al Cole.
- ¡Papi, eres... bastante Guay! ¿Pero mañana, me contarás más cosas del Gengis Kan ese y me dirás donde está Corea?
- Te contaré todo lo que yo sé, que no es mucho, del tal Gengis y también de Corea y de lo que no sé, ya nos iremos informando.
Unos días después, de lo que os acabo de contar, Tomás y Adela reciben una nota de la maestra de su hijo, citándoles para hablar del niño.
Nada más cruzar la puerta, la profesora les recibe con una amplia sonrisa que no solía ser habitual en ella.
- ¡Por favor, siéntense! No saben ustedes, la revolución, en el buen sentido, que ha desencadenado vuestro hijo en la clase. ¡Se ha portado mal nuestro hijo! Si es así, ya sabe que estamos aquí para tratar de resolverlo de la mejor manera. –Dijo Adela, un poquito nerviosa.
- ¡Pero que me dicen! Si no existe ningún problema con el niño, todo lo contrario me tiene asombrada, ya les dije, en el buen sentido, verán: el otro día Tomasín vino a mi mesa y de pronto me soltó esta pregunta: ¿Profe, no tengo ninguna prisa por llegar a ella pero tú podrías, contarme cosas sobre la ciudad de Samarkanda? Y verán ustedes a mi este nombre, me sonaba, pero no sabía de donde y al cogerme el niño con el paso cambiado tuve que contestarle: “Mañana te contaré cosas de Samarkanda” Y de esta manera no me quedó otra alternativa que documentarme a toda prisa, para satisfacer la curiosidad del chiquillo. Éste por su parte, también había contagiado con su entusiasmo y curiosidad al resto de sus compañeros. Bueno para no cansarles les diré: que hemos colgado un enorme mapamundi en la clase y encima de éste en letras mayúsculas y en color de oro el nombre de Samarkanda y desde allí una flecha atravesando países y fronteras hasta que su afilada punta acaba por detenerse encima de la ciudad. Ahora los chicos, cuando terminan sus trabajos hacen dibujos referentes a la ciudad y como si fuera una mancha de aceite, su interés se va extendiendo hacia las costumbres y la historia de otros pueblos de aquella zona, cuyos difíciles nombres apenas consiguen leer. Yo dejo que lo hagan, pues no veo nada malo en ello, porque: así, practican la lectura de forma permanente y además, creo sinceramente, que esta curiosidad y este interés que ponen en el tema son trasladables a otro cualquiera. A mí también me interesa mucho este asunto y siendo una más entre ellos; he conseguido algunas fotos y libros que nos sirven de bastante ayuda; y es que queremos estar bien informados, porque ya saben ustedes, que aunque no tengamos prisa, si que nos gustaría, algún día poder viajar a Samarkanda.
- Pero dígame, Tomás –dijo la profesora mirándole a la cara - ¿Cómo se le ocurrió ese nombre, parece como si en él hubiese algo de magia?
- Verá, si le dijera... que le cambié a mi hijo, unos juguetes que a mi parecer le sobraban por el sueño de Samarkanda. Sabía que apostar a favor de la curiosidad y la imaginación de un chiquillo, era siempre, hacerlo a un caballo ganador.
- ¡Creo que es la pura verdad! –Dijo la maestra y continuó: El ejemplo no creo que pueda ser mejor, aunque me temo, que al fin, todos tendremos que viajar a Samarkanda.
- Y si no, ¡Siempre nos quedará París! –Dijo Adela, riendo, francamente divertida.
FIN
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