La tierra se desangra
lentamente,
con un tajo de muerte
en el costado,
por allí asoman
claramente,
los rostros inflamados
de unas vísceras enfermas
ante los ojos atónitos
del silencio,
de la prudencia,
la pobre prudencia,
y del miedo,
ese miedo maldito
y congénito,
que atenaza y,
que corroe,
como una costra
que flota, impávida,
sobre una pus verdosa
y maloliente,
sobre esa idea inútil,
esa cosa exasperante,
-que tenemos-
eso de huir hacia adelante.
¡La tierra se desangra!
Se le va la vida,
se le va,
como se pierde una voz
sobre la cólera el viento,
como el lamento inútil
por un muerto,
ó, como el que anda en la noche
andando sin más ni más.
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