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Sur de Tenerife, Canarias, Spain

20/10/07

RECUERDOS DEL RÍO, MI PUEBLO



Este soy yo, básicamente, pues la foto es de hace unos años, ahora tengo 49, pero con las mismas ilusiones y las mismas ganas de vivir que entonces. Nací en el Río, un barrio del municipio de Arico, al Sur de nuestra querida isla de Tenerife.
Nuestra infancia es como una marca a fuego, un sello con el que cargamos para toda la vida. Nuestro carácter y nuestra forma de ser se crean en esos primeros años y, ya, quizá solo con algunas pequeñísimas variaciones, seremos así, y ese niño, aunque apenas le veamos, caminará a nuestro lado, nos recordará y nos mostrará el espíritu por donde nace la jovialidad y la alegría, pero también, tozudamente señalará nuestros traumas, nuestros miedos y como un maldito fantasma, nos acompañará y nos vigilará siempre.
Dicho lo dicho, ahora a continuación les dejo ¡¡con el fantasma de mis recuerdos!!


El Río… A solas con el recuerdo
en un rincón de mi estancia,
por instante me sentí niño
y volví a los días de mi infancia.

Al momento, rebotando de alegría,
comparecen a mi encuentro,
juntitos, con sus caritas redondas,
dos galletones y tres galletas María.

El Río…, cuando la tarde languidece
oigo un voltear de campanas
que en el silencio se crece;

la brisa por un segundo enmudece…,
y al punto, como siempre, en la plaza,
la Araucaria, altanera…, sus brazos mece.




El pueblito donde vine al mundo a conocer la luz primera se llama, El Río, perteneciente al municipio de Arico. Nací en el mes Julio del año l958 en una modesta casita al borde del Camino Real y, a unos treinta o cuarenta pasos de las cuatro esquinas.
Uno de mis primeros recuerdos se sitúa precisamente ahí, en esa mencionada casita. Recuerdo, entre la nebulosa del tiempo, una tarde en la que varias personas, y, entre ellas, mi querida madre, trataban de desatascar un infiernillo. Aquella fue la primera vez que fui consciente de que existía tal artefacto; y tambián, observé, como, por fin, conseguían hacerlo funcionar a base de meterle las finas agujas de los destupidures (unas delgadas láminas de latón con una pequeña aguja en la punta). Estos infiernillos no tardarían en desaparecer, pues yo de ellos solamente guardo ese pequeño recuerdo, ya, que en casa a partir de ese momento comenzó a reinar el gas butano en nuestra pequeña cocina Benavent.

Mi segundo recuerdo se ubica también ahí. En la parte posterior de la casa vivía Juana, “La Patúa" que era a la vez nuestra vecina y mi madrina de bautismo (el apodo le vino a la pobre, de un desgraciado accidente que tuvo, dejándole éste para siempre, un abultamiento enorme en la zona del tobillo).
Debió ser, sin lugar a dudas, por la fiesta de Los Reyes Magos, que estos piadosos ancianos, hicieron depositaria a Juana de un precioso regalo. Se trataba de un lindo caballito negro azabache.
No cabía en mí, de júbilo, al saberme destinatario de aquel valioso regalo. Pronto corrí de un lado para otro, con el pequeño corcelillo entre mis manos diminutas, fantaseando e imaginando sobre la suerte que debería correr y el futuro que podría aguardar al pobre equino. Mi rostro debió ensombrecerse, pues, no en vano, la decisión que acababa de tomar entrañaba en si misma un inmenso dolor, pero, indudablemente las alternativas no debieron ser mucho mejores ya, que si así hubiese ocurrido, tal disposición jamás habría sido ejecutada. Lo cierto, es, que la premeditación, la alevosía, el sigilo y hasta me caven dudas, si no habría incluso un poco de nocturnidad, rodearon la infausta y prematura muerte y desmembramiento del equino. De alguna manera escurrí el bulto y me adueñé de un cuchillo de cocina y con el fui cortando una a una las extremidades, el cuello y hasta las orejas del pobre animal. Nunca supe por que lo hice y, si no lo descubrí entonces, en este momento parece de todo punto imposible adivinarlo: pero lo cierto, es que cuando me descubrieron me disponía a cubrir definitivamente los restos de aquel caballo que tan generosamente me habían traído los Reyes Magos, en una caliente y humeante fosa abierta en el montón del estiércol.

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