La luna sobre Ifara
La noche estaba quieta,
dormida, exánime,
como un lagarto
aletargado bajo cero.
Sí, así estaba,
como unos dedos abiertos
atrapando lejanías,
como esas notas
que se pierden,
que esperan solas,
que olvidadas,
aguardan en paz,
agazapadas bajo el
polvo,
a que suene una
sinfonía.
Así, la noche,
digiriendo a las
sombras,
diluyendo los
misterios
que alimentaban su
panza,
reposando como los
gatos
reposan,
cuando descansan su
astucia
al peso del mediodía…
Estaba la noche allí
y yo también estaba,
no era el atardecer
ni tampoco madrugada.
Con el filo de un
cuchillo
en láminas
el oscuro se cortaba…
de pronto se encendió
como se enciende una
aulaga
y encima del mismo lomo
de la montaña de
Ifara
apareció un trozo de
luna
rojo,
ardiendo como una
brasa…
Son estas simples
cosas,
Las cosas
que a mí me calman,
las que me devuelven
el sosiego,
las que me dejan en
paz,
conmigo y con los
demás,
solo yo,
la noche y el
universo.
¡La noche estaba allí
vestida como una
viuda
con media luna
incendiada,
no era el anochecer
ni tampoco madrugada
mis ojos la vieron
bien
trepando por la
montaña!
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