SOMBRAS
DE GUANCHES
Cuando
cae la noche,
en mi
isla,
tras los
cerros,
entre los
matojos
desarrapados
que azota
el fuerte viento,
un viento
de hielo,
que
restalla
como un
látigo,
como un
coro de hienas
que ríen
en la noche,
ahí,
cuándo,
además,
la Luna
se parapeta
sobre la
cumbre
para
mirarnos desde arriba,
para
jugar con las ramas,
para
aliarse con el viento
en su
juego de sombras,
ahí, ahí
veo yo salir
de sus
grutas,
luciendo
sus tamarcos,
enfiladas,
las
sombras cabizbajas
y tristes
de los
guanches,
y mis
ojos creen ver
como
sacan a pastar
en plena
noche a sus rebaños,
y silban
en la noche
y cantan,
y gritan,
¡Achaman! ¡Achaman!
y toman
de nuevo su tierra,
que hace
tiempo
les fuera
arrebatada,
y, creo
ver,
entonces,
como se
alza,
la figura
fuerte
de un
Mencey,
entre el
polvo que levantan
al mover
todas sus patas,
por las
veredas,
muchos
rebaños de cabras...
Y, de
nuevo gritan, gritamos:
¡Achamán,
Achamán!
De mi voz
en el barranco,
oigo de
un lado al otro,
repercutiendo
los ecos…
La Luna
ya se ocultó
tras las
crestas de los cerros,
el viento
sigue soplando,
mientras
la noche oscura
como las
alas de un cuervo,
me
encuentra de nuevo a solas,
a solas
con el silencio.
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